La comparación y los modelos ideales

La comparación y los modelos ideales   Nos gusta competir, nos fascina mostrar que somos mejores. En una cultura donde todo se cuantifica, los “ganadores” pueden fácilmente “demostrar” qué tanto han superado al contrario. De acuerdo con esta filosofía, “ ser más “, es estar por encima del prójimo en algún aspecto que éste no posea en la misma cuantía. Y cuanto más logra uno treparse, más crece el ego, más grande y más importante se siente la potestad.

Esta autopercepción se incorpora con una rapidez increíble. Bastan dos o tres veces victorias para que nos creamos el cuento y generalicemos los resultados. Entonces , ya no es que me destaque en esto o aquello , sino que soy más en esencia. Supremacía que va más allá del género: vendo más, soy más linda, hago más goles, soy mejor mamá, soy más fuerte, tengo mejor memoria, en fin, el síndrome del récord Guinnes incrustado en lo más profundo de nuestra idiosincrasia.

Un ejemplo: los emigrantes que triunfan en el extranjero no son los que luchan el día a día para sobrevivir en medios hostiles, no son los que han tenido que escapar y resistir el asilamiento pese a la adversidad. Tampoco son los que practican el altruismo o simplemente responden adecuadamente a la ética de la convivencia. Esos son del común, no son noticia. Los que "triunfan en el exterior" son los que ostentan algún signo de superioridad y distinción, como aparecer en la portada de alguna destacada revista, ganar un premio reconocido o cualquier campeonato internacional: la conquista, la ley del más apto, que ya no es supervivencia, sino estar en los anales del jet set: “Los que ponen en alto el nombre de la patria, son especiales”.

En este panorama de exaltación triunfalista, donde las personas valen por sus logros y su ubicación en el salón de la fama, los normales, los silenciosos habitantes del mundo, solo son la sombra de aquellos. En este contexto, donde la ideología marca el ritmo del ascenso, los jóvenes, y no pocos adultos, sueñan con ser una estrella, así sea fugaz, y revolcarse en el cielo.

Cuando a través de los medios de comunicación se crean estos paradigmas de perfección y encanto fastuoso, repletos de celebridades cuyos matrimonios cuestan millones de dólares, que concurren a hoteles de veinte mil dólares la noche o toman vino de cuatro mil dólares la botella, no solo distorsionamos la realidad sino que estamos creando un peligroso antivalor: estamos favoreciendo el deslumbramiento por el poder y no por lo que las personas son en realidad, la dolarización del valor.

En la mente de cualquier niño es probable que se instaure una creencia altamente tóxica: “ Para que me quieran y me admiren debo ser, por los menos, un vencedor “.

Pero no está perdido. Hay mucha gente que ha comenzado a resistirse a los hechizos de la gloria ajena, a los aplausos huecos y al encanto de las cifras. Hay algunos valientes que ya no tragan entero, que se niegan a seguir los “ modelos ejemplares ” y prefieren construir un camino más personal, mucho más aterrizado y sin tanta parafernalia.
 
Fuente : Comentarios sobre el vivir 
 

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