Implorar más fe

La fe es un don divino; sólo Dios la puede infundir más y más en el alma. Es él quien abre el corazón del creyente para que reciba la luz sobrenatural, y por eso debemos implorarla; pero a la vez son necesarias unas disposiciones internas de humildad, de limpieza, de apertura..., de amor que se abre paso cada vez con más seguridad. 

 

Nosotros acudimos a la compasión y misericordia divinas: ¡Señor, ayúdanos, ten compasión de nosotros!. Por nuestra parte, la humildad, la limpieza de alma y apertura de corazón hacia la verdad nos dan la capacidad de recibir esos dones que Jesús nunca niega. Si la semilla de la gracia no prosperó se debió exclusivamente a que no encontró la tierra preparada. Señor, ¡auméntame la fe!, le pedimos en la intimidad de nuestra oración. ¡No permitas que jamás vacile mi confianza en Ti!

Aquellos que se cruzaron con Jesús por caminos y aldeas, vieron los que sus disposiciones internas les permitían ver. ¡Si hubiéramos podido ver a Jesús a través de los ojos de su Madre! ¡Qué inmensidad tan grande! Muchos contemporáneos se negaron a creer en Jesús porque no eran de corazón bueno, porque sus obras eran torcidas, porque no amaban a Dios ni tenían una voluntad recta.

La Confesión frecuente de nuestras faltas y pecados nos limpia y nos dispone para ver con claridad al Señor aquí en la tierra; es el gran medio para encontrar el camino de la fe, la claridad interior necesaria para ver lo que Dios pide.

Hacemos un inmenso bien a las almas cuando les ayudamos para que se acerquen al sacramento del perdón, Es de experiencia común que muchos problemas y dudas se terminan con una buena Confesión, el alma ve con mayor claridad cuanto más limpia está y cuantos mejores son las disposiciones de su voluntad.

Todo nuestro trabajo y nuestras obras deben ser plegaria llena de frutos. Acompañemos la oración con buenas obras, con un trabajo bien realizado, con el empeño por hacer mejor aquello en que queremos la mejora del amigo que queremos acercar al Señor. Esta actitud ante Dios abre camino a un aumento de fe en el alma.

Pidamos con frecuencia al Señor que nos aumente la fe: ante el apostolado cuando los frutos tardan en llegar, ante los defectos propios y ajenos, cuando nos vemos con escasas fuerzas para lo que Él quiere de nosotros. Y nos dirigimos a María, Maestra de fe: ¡Bienaventurada tú, que has creído!, porque se cumplirán las cosas que se te han anunciado de parte del Señor (Lucas 1, 45)

Tal vez todo lo que hoy nos preocupa y nos parece difícil e incierto con el tiempo se minimiza y nos damos cuenta que nos ayudó a crecer y a ser mejores cada día...

Vendió la lechera su cántaro de leche.
Con el dinero se compró una gallina y unos huevos.
Vendió los pollos que al paso del tiempo reunió, y adquirió una ternera.

Con ella formó un hato.
Lo vendió para comprarse una casa.
Y cuando tuvo casa no le fue difícil encontrar marido.
Pero el marido le salió mala cabeza. Por su culpa la lechera tuvo que vender la casa.

Con el dinero compró un hato. Pero no le fue bien, y le quedó una ternera solamente.

Nada le daba el tal animalejo, de modo que lo vendió y se compró unos pollos.
Se le murieron todos, y terminó con una sola gallina que ni siquiera ponía huevos.

- Estás acabada: le dijo alguien.

- No es cierto: respondió la lechera.

- Tengo otro cántaro de leche y con eso volveré a empezar.

Momentos de prosperidad...otros de incertidumbre y preocupación...De pronto cuando creemos tener todo en la vida alguien o algo derrumba nuestro castillo, nuestro imperio...y allí estamos nosotros.

A veces llenos de miedo, otras a la espera de que todo sea una pesadilla y tarde o temprano despertemos...Pero nunca debemos perder la esperanza...De pronto al mirar alrededor siempre tenemos algo que nos dice que podemos resurgir...

 

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