El silencio que habla

El silencio que habla   Silencios, balbuceos del corazón, murmullos que no se expresan y aún así se recogen. Vivimos el silencio en cada respiro, lo abrazamos en la soledad a regañadientes o lo reclamamos en el dolor. El silencio que llega de la mente no es mudo, ni sordo. Es acción pura. Cuando estamos en paz, la psiquis descansa y además se regodea. No se repliega, salta de nivel, se alegra y cada comportamiento nace de manera natural. Sosiego del pensamiento que se degusta a sí mismo. 

La paradoja del silencio humano es que posee significación. El vacío callado siempre nos murmura cosas, nos induce a la interpretación, a llenar lo que parece incompleto o sin sentido. El oyente del silencio nunca queda impávido, se involucra y va más allá de lo evidente, hasta despejar el mensaje que de todas maneras se percibe: su carga simbólica nos traspasa. Decodificamos al otro aunque no hable, basta con que respire lo bastante cerca como para sentirlo. El mutismo es una declaración afectiva.

El silencio de un "sí" que nos alegra y del "no" que nos deprime, de la mala noticia y de la evidencia a favor. El silencio que inculpa y el que beatifica, el superficial y el primordial. Los minúsculos silencios del postcoito, la paciencia de la espera, el respeto comedido que no interviene y deja ser. El silencio del paciente que espera paciente al psicólogo impaciente, la tregua, la verdad que no se dice, la prudencia del beso inocente, la majestuosidad de los Andes, los bosques mudos.

El runrún del amor que se turba ante la traga imposible, el miedo a equivocarse, el miedo a lastimar y a salir lastimado Mutismo electivo: el silencio como disfraz, salida por el foro. La pausa de la cruz, de la meditación, del monje que se pierde en la sabiduría, del enfermo que duerme, del reposo del guerrero, de la mirada que resucita, de la mirada que perfora. El silencio promisorio que llena cada espacio de nuestras vidas y que no sabemos escuchar. Rumor de Dios en la tierra.

Nos gusta el ruido porque nos distrae de nosotros mismos, nos impide entender cómo somos en realidad. No hay autobservación sin silencio, ni autoconsciencia, ni reflexión. La pereza hace estragos, el cambio incomoda y el silencio confronta.

Conozco a una mujer recién casada, quien no soporta que el marido esté silencioso sin motivo. Si está leyendo el periódico o metido en el computador, es soportable. "Pero cuando lo veo mirando la nada, como un estúpido, me provoca matarlo". El hombre no sufre de ausencias epilépticas, simplemente a veces le gusta estar flotando en el vacío de su existencia, en la mudez metafísica. "Tampoco me lo aguanto cuando le pregunto algo y se queda pensando... ¡Se demora una eternidad en contestarme!". El señor maneja su tiempo personal, una latencia que él considera aceptable. Sin embargo, ella necesita retroalimentación constante y variada. El silencio también duele.

Silencio indiscreto, inquietante. Presencia de lo ausente, que muchas veces nos obliga a hablar.

Fuente : Internet