Los circunspectos

circunspectosDevoto de la sensatez, el circunspecto se acopla a una discreción franciscana sin ser franciscano. Gran simulador, cauteloso, paranoico, reservado y aún así, el cuerpo lo traiciona. El cuerpo directo y sencillo, sin duda más contundente que las teorías. ¿De qué sirven los conceptos si no se vive intensamente?.

Los circunspectos son personas de tono severo y porte intelectual (es decir, algo encorvados, como quien no quiere la cosa, como quien fluye por la vida con la mirada lejana, ojalá por un pasillo de universidad atestado de estudiantes de humanidades), generalmente hipercontrolados, limitados en la expresión de sentimientos positivos porque es de mal gusto vociferar la alegría personal (y si logran reír a veces, el resultado suele ser una especie de hipo erudito, una mueca de placer reprimido que se escapa inexplicablemente: la risa como exabrupto), con movimientos aletargados, cuidadosamente actualizados, agrios, excluyentes, oscuros, o en el mejor de los casos, grises.

Los circunspectos tienen excitaciones tardías, perversiones inconfesables y amigos lejanos que apenas conocen. Manejan la cordura de un sombrero y la simpatía de una marmota. Limitados, pesados como el plomo y profundamente admirados por otros circunspectos, tan intensos como una siesta.

Ya sabemos: sensatez, precaución, sesos, cerebro. Pero la sensatez tiene el necesario límite de la vida. ¿Quién necesita sensatez para escuchar música? ¿Sensatez ante el horror que nos conmueve? ¿Sensatez ante la poesía? El juicio puede enloquecer. Conozco infinidad de ‘juiciosos’ que han perdido la cordura de una manera socialmente aceptada, ¡y dan consejos!

Yo lo llamo anoxia mental, asfixia del deseo. Mandato de la razón que agota el recurso y mata la energía. El circunspecto suele ser trascendente hasta la médula. Es decir, latoso, indigestado con lo intelectual (¿quién piensa en el deber o en la física cuántica cuando está haciendo el amor?). La vida le pasa por encima, lo jala, intenta seducirlo, le susurra el misterio, lo acaricia, lo induce al pecado leve, sutil, pero la lógica de la templanza no da el brazo a torcer. Nada descompone el estreñimiento emocional.

No sé si la continencia en extremo sea un valor. Lo dudo. De todas maneras rescato la prudencia, que se refiere a pensar antes de actuar, reflexionar sobre los deseos para integrarlos de manera constructiva y no para apagarlos como si se tratara de un incendio diabólico.

¿Amas a quien deseas o deseas a quien amas? ¿Qué es primero? No existe sabiduría sin pasión, sin la distinción que aporta el sentimiento. Hay que amar lo que hacemos, aun cuando lo deshacemos.

Ser juicioso (razonable, atinado, ajustado) de manera natural y por convicción sentida es conveniente en ocasiones, saludable porque no es aburrido: la felicidad no riñe con la formalidad relajada y espontánea. Pero tomarse uno mismo demasiado en serio, creerse notable y profundo, eso sí es grave: muy arduo para disfrutarlo, muy engorroso para procesarlo. Mejor el humor, mejor la intuición, el chiste, el solaz que nos renueva y nos hace reír.

Fuente : Internet